RESUMEN DE "La crisis del Bajo Imperio en la obra de Salviano de Marsella" de José María Blázquez Martínez
La revuelta bagáudica se debió a estas tres causas:
1.- a nuestras (Roma) injusticias
2.- a la maldad de los jueces romanos
3.- a las confiscaciones, robos de los recaudadores de impuestos.
4.- los cargos públicos (que se compraban) desempeñados por un pequeño número de ciudadanos eran la ruina de muchos. Los pobres costeaban estos cargos. Un cáncer que se extendió al mundo bizantino se exiliaron voluntariamente entre los bárbaros para huir de pagar las contribuciones.
"Toda la Armórica y las demás regiones de las Galias imitaron a los bretones y se liberaron del mismo modo, despidieron a los funcionarios romanos y organizaron su gobierno en plena libertad", lo que es decir con otras palabras que no querían continuar siendo romanos.
A la humanidad y clemencia de los bárbaros aluden también Paulino de Pella cuando se refiere a la injusticia y falta de humanidad de los magistrados romanos. Salviano está en la misma línea que el gran historiador Tácito, que contrapuso las costumbres corrompidas de los romanos a la honestidad de vida de los germanos. Alaba repetidas veces a lo largo de su obra las virtudes de los bárbaros
Ni los francos, ni los hunos, ni los vándalos, ni los godos cometían tales atropellos.
Entre los años 440 y 450, Salviano, sacerdote de Marsella, escribió su obra De gubernatione Dei, tratado en el que se plantea la situación de Galia, de Hispania y del norte de África 1 en estos terribles años de las invasiones bárbaras. Una segunda obra del mismo autor Ad Ecclesiam, fruto igualmente de la madurez intelectual de Salviano, proporciona también datos interesantes sobre la Galia en los mismos años 2. La importancia de Salviano es enorme, pues hace un análisis excelente de la situación económica y social de estas tres regiones a mediados del siglo y, aunque no intenta profundizar en todos los problemas que han llevado a la crisis del Bajo Imperio: tan sólo se fija en alguno de ellos que considera de primer orden. Nunca hay que olvidar que su obra se dirige a los cristianos, a los que trata de convertir a la práctica de la religión cristiana. El análisis que hace de alguno de los más graves problemas del Bajo Imperio es de gran finura y coincide con lo que se conoce de otros lugares del mismo. De aquí la importancia excepcional de su obra para hacerse una idea lo más exacta posible de la crisis económica y social, de sus causas y de sus consecuencias 3. Para el conocimiento de la situación de Hispania en el siglo y, los escritos de Salviano son fundamentales, ya que los escritores hispanos, como el historiador Orosio 4, el poeta Prudencio 5 y el obispo barcelonés Paciano 6, apenas ofrecen datos concretos sobre ella. Hispania en este aspecto no tuvo la suerte de contar en el Bajo Imperio con autores como Ausonio o Sidonio Apollinar, que describen bien en sus obras, con datos concretos, lo que era la vida en las villas galas. Somos de la opinión de que la sociedaden el sur de la Galia no era muy diferente de la hispana.
En las dos obras mencionadas queda muy claro que la sociedad se dividía en dos grandes bloques: los ricos, que eran los possessores de las fincas, y una masa de pobres, los humiliores, que estaban aplastados por las contribuciones y que no tenían más posibilidad de mejorar su desastrosa situación económica y social que refugiarse entre los bárbaros o buscar la protección de los ricos mediante el patrocinio. Para Salviano, la rapacidad de las capas pudientes de la sociedad eran la causa de la mala situación económica y social de la mayoría de la población.
En el Ad Eccl. 1. 18, alude a los fundos interminabiles et notitiam possesoris sui excedentes, qui consortes parti indignum aestiment et uicinitatem iniuriam putent. Cada possessor, pues, tenia varias fincas en diferentes regiones, que ni siquiera conocía muchas veces, que no dividía para no mermar la riqueza, ni aceptaba tener otros vecinos. En otro párrafo más adelante (Ad Eccl. 1, 32) afirma Salviano que entonces los ricos no se contentaban con conservar la riqueza sino que la querían aumentar continuamente. La situación era muy parecida a la descrita por Cipriano ad Donat. 12: "los que amontonan campos y más campos, desplazan a los pobres vecinos para extender continuamente sus numerosas tierras, los que poseen oro y plata en abundancia, y apiñan enormes cantidades en montones o las entierran en sumas fabulosas…
No se regala nada a los clientes, ni se reparte a los pobres... Lo poseen todo con la única finalidad de que no lo tenga el vecino".
Esta afirmación de Salviano está confirmada plenamente por otras fuentes contemporáneas que se refieren a los ingresos y al lujo escandaloso de los latifundistas. Así Melania la Joven, de origen hispano, tenía posesiones en Hispania, en Campania, en Sicilia, en África, en Mauritania, en Britannia.
Sus ingresos eran fabulosos; según su biógrafo Geroncio (VM 15) los de su esposo, Piniano, alcanzaban la astronómica cifra de doce mil sólidos áureos anuales, sin contar los de su esposa. El texto latino atribuye esta cantidad a Melania. Geroncio en la biografía de su heroína escribe que Melania reunió una suma de oro inmensa e innombrable, de la que envió para socorrer a los pobres y a los monjes 45.000 libras de oro y puntualiza que su casa estaba iluminada por las riquezas como por un fuego (Geront. VM 17). El palacio tenia esculturas muy valiosas, algunas de las cuales ofrecieron a la emperatriz (Geront. VM 14). Las casas de la nobleza romana eran verdaderos museos de obras de arte, al igual que las de Constantinopla, como la de Lauro, que además de otras obras de arte guardaba la Afrodita de Cnido, la obra de Praxíteles, y el Zeus chrisoelefantino que Fidias labró para Olimpia (PG. 131, 614).
Todos estos tesoros perecieron en el incendio de Constantinopla en tiempos de los emperadores León y Basílico. En el siglo IV a todas es las esculturas se las consideraba ya como meras obras de arte, según Prudencio (Contra Symm. 1, 503). Paladio (HL. LXI) confirma los datos de Geroncio y los completa al afirmar: "envió por mar a Egipto y a la Tebaida 10.000 monedas de oro; a Palestina 15.000; a las iglesias de las islas y a los condenados 10.000; y parecida suma a las iglesias de Occidente". A los monasterios de monjes y de vírgenes, distribuidos por las islas del Egeo, les proporcionó buenas sumas de oro (Geront. VM 19). Paladio en su Historia Lausiaca calcula que Melania y su esposo repartieron en total 40.000 monedas de oro en limosnas, lo que indica bien claramente los fabulosos ingresos de los latifundistas que acaparaban toda la circulación de este metal. El que no poseía oro, no podía pagar ni siquiera las tasas calculadas en base a él. Ha sido el anónimo autor del De rebus bellicis 2, escrito quizás en tiempos de los emperadores Valentiniano y Valente, el que señaló las consecuencias funestas y los desórdenes que se siguieron entre las clases bajas de la sociedad romana por poner el Estado en circulación el oro, la plata y las piedras preciosas acumulados en los templos confiscados por el Estado en tiempos de Constantino, y que pasaron a manos de los poderosos.
Geroncio puntualiza que "dio, además, para los altares de las iglesias y de los monasterios, todos sus vestidos de seda, que eran numerosos y de gran valor, fundiendo los objetos de plata que poseían en gran cantidad e hicieron para Dios altares de las iglesias y numerosas otras ofrendas".
Propias eran las joyas de oro y plata, al igual que velos de gran precio, que regalaron los esposos al obispo Alipio de Thagaste, ciudad pequeña y pobre (Geront. VM 21). Estos velos confeccionados en diferentes colores, eran muy costosos y estaban decorados con figuras en colores según Paulino de Nola (Carm., XVIIE 29-32). Estas donaciones a las iglesias para decorar los altares eran frecuentes entre las mujeres que aspiraban a la perfección cristiana.
Otras veces los prestaban las damas cristianas para las procesiones paganas, lo que prohibió el Concilio de Elvira en su canon LVII. Paladio (HL LXI, 3) cuenta el caso similar de Olimpiade, patriarca de Constantinopla, discípulo espiritual de Juan Crisóstomo.
Estos donativos indican claramente el lujo en que vivían las capas altas de la sociedad, bien patente igualmente en los regalos que Melania ofreció a la emperatriz Serena.
"tomó joyas de gran precio, vasos de cristal para regalárselos a la piadosa emperatriz; además, otros donativos de anillos de plata y vestidos de seda, para ofrecerlos a los fieles eunucos y a los oficiales". Buenos ejemplos de estas joyas son las piezas de oro aparecidas en Elche y, fuera de Hispania, el tesoro del Esquilino 8 datado entre los años 379 y 383, o los objetos de plata hallados en Britannia.
San Jerónimo (Ep. XXVIII, 4) ha dado datos concretos sobre el refinamiento de la toilette femenina al referirse a la joven Blesilla, antes de su conversión a la perfección cristiana.
En la Tableta Albertini n. 1 se especifica el coste del trousseau de una casada, correspondiente al 17 de septiembre del año 493, que asciende a una suma total de 12.000 folles. Pero el coste de los ajuares de las aristócratas ascendía a una cantidad mucho más elevada. El poeta Prudencio en su obra titulada Hamartigenia, escrita entre los años 398- 400 (259-379), ataca el lujo desenfrenado de las mujeres hispanas en el atuendo y a los varones afeminados a los que alude Salviano igualmente (De Gubern. Dei VII, XXII, 94) al referirse a África.
Paciano en su tratado De poenitentia, X, describe igualmente la vida de la sociedad barcelonesa de su tiempo. El lujo escandaloso de las altas capas de la sociedad de Alejandría lo había atacado Clemente de Alejandría hacia el año 200, pero en 250 años no se avanzó nada en este punto.
El mejor comentario a estas descripciones de la indumentaria femenina son los vestidos y las joyas representados en algunos mosaicos hispanos como en los de Pedrosa de la Vega, Olmeda (Palencia), en la escena de Aquiles en Squiros, de época de Teodosio (con los retratos de damas de la familia en la orla) 10, el de Dionysos de Baños de Valdearados (Burgos), de mediados del siglo IV 11, el de Dionysos y Ariadna de Mérida 12, de hacia el 400, o el dionisiaco de Alcalá de Henares con vestidos transparentes, etc.
Además de estos datos entresacados de la vida de Melania la Joven, hay otros varios de su riqueza esparcidos en su bibliografía de los que se prescinde en este trabajo y que coinciden plenamente con los aportados por otras fuentes literarias.
El gran historiador del siglo IV Ammiano Marcelino (Hist. XXVII, 11, 1), afirma del primo de Melania, Petronio Probo, que "tenia posesiones en casi todas las regiones del mundo romano". Paulino de Nola tenía vastas posesiones en Italia y en Aquitania.
El historiador bizantino, Olimpiodoro, que escribió su obra, de la que sólo se conservan fragmentos transmitidos por Fotio, entre los años 430-440 (Frag., 43-44), ofrece una lista de los ingresos de las principales familias romanas, cuyos bienes eran las tierras (emparentadas varias de ellas con las hispanas) 14: "Cada una de las grandes casas de Roma contenía dentro de sí, todo lo que tenía una ciudad mediana: un hipódromo, un foro, templos, fuentes y diversos baños. Cada casa eran una ciudad. Muchas casas romanas recibían de sus posesiones, unos ingresos anuales de 4.000 libras de oro, sin contar el trigo, el vino y otros productos que una vez vendidos, ascendían a un tercio de la cantidad de oro. Las casas de Roma que, después de las primeras, seguían en categoría, obtenían unos ingresos que oscilaban entre las 1.500-1.000 libras de oro. Probo, el hijo de Olibrio, cuando desempeñó el cargo de pretor, en tiempos de la tiranía de Juan (entre los años 423-425) contaba con 1.200 libras de oro; el orador Symmaco, un senador de los más modestos, gastó 2.000 libras de oro en la pretura de su hijo (en fecha posterior al 426). Los pretores daban sus juegos durante siete días consecutivos". …/…
El poeta Ausonio, maestro de Paulino de Nola, que era probablemente hijo de una hispana (Ep., XXIX, 5), describió (XII, 2-9, 21-23) su finca pequeña situada en la región de Bèziers 19. En ella cultivaba 200 yugadas de campo, cien de vid y la mitad de prado; los bosques cubrían una extensión doble de la de los prados, de los viñedos y de las tierras laborables. Los campesinos que explotaban una finca no eran muy numerosos. Tenía una fuente, un pequeño pozo y un río navegable. Estaba situada a medio camino de la ciudad, lo que permitía al poeta escapar de la muchedumbre y disfrutar de los bienes. Su dueño alternaba el disfrute del campo con el de la ciudad. La vida de los grandes latifundistas es bien conocida por la de Paulino de Nola, que en 379, a los veintiséis años, fue gobernador de Campania; dedicaba su tiempo en recorrer sus propiedades, en visitar a sus amigos también pertenecientes a la aristocracia, y en reuniones con los literatos (Sulpicio, Severo, Jovio, etc.) y en competiciones poéticas.
En la Península Ibérica a las fincas de Navarra y Álava las ha calculado J. Caro Baroja 20 una extensión entre las 1.000 y 1.500 Ha., cifra que a algunos investigadores les parece demasiado. En Lusitania se localizaban los mayores latifundios hispanos, comparables a los de Italia y África. En el Alentejo la extensión de las villas oscilaba entre 3.000 Ha. (Crato, Alter do Châo, Villa Fernando), 8.000 (Arronches, Villar del Rey), y más de 5.000 Ha. (Martín Gil, Arnal, Povõa de Cos). A la villa de Torre de Palma se le asigna una extensión de 3.000 Ha.
En los alrededores de Beja, los latifundios alcanzaban una media de más de 1.500 Ha. 21. En la Bética la propiedad debía estar mucho más repartida. Se ha pensado en el desplazamiento del eje económico del sur de la Península –donde estuvo a finales de la República Romana y en los dos primeros siglos del Imperio 22–, a la Meseta. Villas, como las citadas, o las de El Ramalete, en Navarra 23; Villa Fortunatus, en Huesca 24; Dueñas, en Palencia 25; Quintanilla de la Cueza, en Palencia 26; San Martín de Losa, en Burgos 27, etc., no han aparecido hasta el momento presente en el sur, aunque algunas, como las del sureste, a juzgar por los mosaicos, debían ser importantes 28, al igual que en Carpetania 29.
Al comienzo del De gubernatione Dei, 1, 11-12, contrapone Salviano los antiguos tiempos de Roma, cuando los gobernantes eran pobres y el Estado rico, a lo que sucedía en su tiempo, que los particulares, que detectaban el poder, eran ricos, mientras la república es egestosa ac mendicans. La idea de la ruina del Imperio, o sea de su pobreza como Estado, está bien patente en el autor, debido a que la riqueza se amontonaba en las manos de la clase aristocrática mientras que la masa de la población se encontraba en la pobreza y en la miseria.
Para Salviano (De gubern. Dei, IV, VI, 30), usando de sus mismas expresiones, romana respublica vel iam mortua, vel certe extremum spiritum agens in ea parte quae adhunc vivere videtur. Era público en opinión del autor, que las fuerzas del Estado habían desaparecido (De gubern. Dei, VII, VIII, 34). Salviano en este punto coincide con el grupo de escritores paganos que contemplaron los efectos de las invasiones bárbaras: todos ellos estaban obsesionados por la idea de la decadencia del Imperio. Principalmente son historiadores de la parte oriental del Imperio, como Ammiano Marcelino, Eunapio, Olimpiodoro, Prisco y Zósimo. En Orosio el concepto de decadencia va unido a la idea de Dios, que en este historiador alcanza categoría histórica 30.
Dos siglos aproximadamente antes de que escribiera Salviano su tratado, se había planteado otro escritor cristiano, Cipriano, en su famosa carta a Demetriades el tema de la vejez del Imperio, que había entrado ya en su senectud.
Esta catastrófica situación del Imperio se debe, en opinión del sacerdote galo, a que los cristianos, a los que se dirigieron sus escritos son culpables de todos los crímenes (De gubern. Dei, III, II, 12).
Más adelante puntualiza el autor que los vicios corrompen a todo el mundo: "Quid autem aliud est cunstorum negoti antium ulta quam fraus atque periuricum? quid aliud curialium quam iniquitas? quid aliud offlcialium quam calumnia, quid aliud omnium militantium quam rapina? (De gubern. Dei, III, X, 50).
Salviano (De gubern. Dei, III, X, 53) identifica a los nobles con los ricos: Sed aut idem sunt nobiles qui et divites, aut si sunt divites praeter nobiles, et ipsi tamen iam quasi nobiles, quia tanta est miseria huius temporis, ut nullus habeatur, magis nobilis quam qui est plurimum dives.
Salviano (De gubern. Dei, III, X, 55) menciona en primer lugar dos crímenes que cometen casi todos los ricos, el homicidio y la impureza. El primero debía ser frecuente, pues el canon y del Concilio de Elvira, celebrado [-164→165-] a comienzos del siglo IV, expresamente alude a las dueñas que matan a sus esclavas azotándolas. Salviano en otro párrafo (De gubern. Dei, IV, V, 22-23) afirma que los homicidios entre los esclavos son raros debido al terror y al miedo de ser asesinado a su vez, pero entre los ricos son continuos, pues estaban impunes y no lo consideraban crimen sino derecho el matarlos. La libertad sexual debía ser muy grande en el Bajo Imperio entre los ricos; en ello insiste Salviano, cuando afirma que los dueños prostituían a las domésticas y a todos los de la casa A las concubinas se las tenía por esposas y frecuentemente eran las sirvientas.
El Código Teodosiano (IV, 6, 3, año 336) prohibía que los senadores, varones de rango principal, casasen con sus sirvientas. La iglesia hispana fue en este aspecto más tolerante. El canon 16 del Concilio de Toledo, celebrado hacia el año 400, legislaba en general que el varón podía elegir entre tener esposa o amante, pero que si se casaba no podía tener amante. El papa Calixto, el papa más grande del siglo III, legalizó dentro de la Iglesia el contubernio entre las damas de la aristocracia romana y sus esclavos (Hipp., Philos., 9, 12).
La región de Aquitania era para Salviano un lupanar, al igual que la ciudad de Cartago (De gubern. Dei, VII, XVII, 72). Ello era debido probablemente a la inmoralidad que acompañan a todas las guerras. A la impureza de los romanos, que Salviano contrapone a la castidad de los bárbaros, dedica el libro VII de su obra.
La arremetida feroz del escritor cristiano en el libro VI del De gubern. Dei contra los espectáculos es en gran parte motivada por las obscenidades de las representaciones en los circos, en los teatros y en los mimos. Talia enim sunt, quae illi fiunt, ut ea non solum dicere sed etiam recordari aliquis sine pollutione non possit (De gubern. Dei, VI, III, 15-19), en lo que coincide el autor, en lo referente a los mismos, con otros escritores, tanto paganos como Ovidio (Tristes, II, 495-518), como cristianos de la talla de Tertuliano (De spect., 17, 21-22),
Lactancio (Instit., VI, 20), Prudencio (Peristeph., 10, 221) y Jerónimo (Ep., 1, 5; 52, 6). Había espectáculos donde se exhibían mujeres desnudas en piscinas, según Crisóstomo (Hom., VII, 6, in Math.), representadas en las pinturas de Qusayr’Amra a comienzos del siglo VIII, en el desierto jordano 31. Una descripción detallada de estos espectáculos se lee en Procopio con ocasión de describir la vida de joven de la emperatriz Teodora. Se representaba incluso el coito, en cuya escena fornicaban todos los espectadores (VI, III, 19).
En cambio Cesáreo, monje del monasterio de Lerins, y obispo de esta ciudad desde el año 503 hasta su muerte acaecida en 542, en su sermón sobre las kalendas, 193, 1, fustiga las borracheras, a las que también alude Salviano (De gubernatione Dei, VI, XIII, 77-79) como a vicio extendido en los festines de la Galia. La embriaguez era cosa normal en el Bajo Imperio, pues mereció una homilía, la 14 de San Basilio. También los cantos eróticos, los juegos obscenos y las mascaradas en las que los varones se disfrazaban de mujeres censuradas por Paciano en su perdido tratado titulado Cervulus. Estas mascaradas fueron muy atacadas por los concilios galos por su carácter obsceno 32.
Salviano (De gubern. Dei, VI, VII, 37) cuenta que si coincide una fiesta religiosa y unos juegos públicos, lo que estaba prohibido por la legislación imperial (Cod. Theod., II, 8, 20, año 392; II, 8, 23, año 399; II, 8, 25, año 409), la gente prefería los juegos como igualmente afirma de Constantinopla San Juan Crisóstomo en Contra circenses ludos et theatra, de fecha 3 de julio del 399, con ocasión de estar la iglesia casi vacía por haberse ido los cristianos al circo. El mismo Viernes Santo se celebraban carreras de carros, y sesiones de teatro el Sábado Santo.
Este hecho se volvió a repetir con ocasión del cerco de Cartago por los bárbaros (De gubern. Dei, VI, XII, 69). Los nobles pedían al emperador que costeara los juegos (De gubern. Dei, VI, XV, 85) y Salviano (De gubern. Dei, VI, XVI, 85-89) cayó perfectamente en la cuenta que la celebración de los espectáculos era un escape a la calamitosa situación ocasionada por las invasiones. La Chronica Caesaraugustana (222 ad a. 504) recoge la noticia, como digna de recordar, de la reanudación de los juegos como prueba de la vuelta a la normalidad en la vida ciudadana.
Con motivo de comparar los vicios de los esclavos y los de los ricos, Salviano traza unas pinceladas sobre la verdadera situación de los esclavos en su tiempo, que era mala, pues 32 afirma (De gubern. Dei, IV, III, 14) que son ladrones, pero que están obligados a robar por necesidad, por lo que Salviano les exculpa. En segundo lugar los esclavos 36 tenían tendencia a huir de los lugares donde vivían por la miseria que padecían y por los tormentos a que se les sometía, pues todo el mundo les pegaba y azotaba. Muchos esclavos se refugiaban junto a sus dueños huyendo de sus propios compañeros, que eran más crueles que los dueños. Los esclavos fugitivos planteaban serios problemas, pues a ellos alude el Código Justinianeo (VI, 1, 6) referente a Hispania, con fecha 17 de octubre del año 332.
Salviano les disculpa también de las mentiras por atrocitate praesentis supplicii (De gubern. Dei, IV, III, 6), que eran la tortura o la flagelación y del vicio de la gula por pasar hambre o estar mal alimentados.
Estos datos sobre el mal trato dado a los esclavos son interesantes, pues explican satisfactoriamente el que los esclavos formaran parte de la Bagauda.
Muy diferente era la situación de los esclavos descrita por San Agustín en su De civitate Dei, XIX, 16, que afirma que en las familias cristianas habían sido tratados como hijos con extrema dulzura. Según Paladio (HL. LXI, 52), Melania manumitió a 8.000 esclavos, que deseaban ser libres. Según Geroncio, que escribió su obra poco después de la muerte de Melania, acaecida en 439, éstos se oponían en este caso a ser vendidos, salvo Severo. Los dos esposos fundaron dos monasterios de ambos sexos con sus esclavos (Geront. VM, 22). La versión latina puntualiza con sus esclavos y siervos. Paulino de Nola (Carm., XXI, 25 1-263) recuerda el comportamiento extremadamente bondadoso con sus esclavos de Piniano. San Juan Crisóstomo afirma que la iglesia no distingue entre esclavos y libres (Hom., 1), fomenta sumisión por parte de los cristianos (Hom., 2) y llama a los esclavos hermanos de Cristo y exige que como tales sean tratados (Hom., 2).
El número de esclavos y de colonos en los latifundios era a veces grande, como se desprende del hecho de que los primos de Honorio con los sacados de sus fincas, localizadas probablemente en Palencia (quizás la excelente villa mencionada de Pedrosa de la Vega), defendieran durante tres años los pasos de los Pirineos (Oros., VII, 40, 6; Zosim., VI, 4; Sozomen., He, IX, 11).
Salviano puntualiza cuál es el peor vicio de los ricos, es decir, de la aristocracia: la rapacidad, que es el que tenía más funestas consecuencias económicas y sociales en la sociedad.
Habla Salviano (De gubern. Dei, IV, IV, 20-26) de los furta et latrocinia de las clases altas, las consecuencias son que los que se encontraban alrededor de ellos, los colonos, quedaban reducidos a la pobreza, pues perdían sus bienes (tierras) y se perdían ellos mismos con sus bienes, como indica O. Lagarrigue 37. La correspondencia de Sidonio Apollinar (Ep., 1,7,3; II, 1,2; V, 13,2; VII, 7,2) ofrece algunos buenos ejemplos de esta afirmación de Salviano. La causa de los ricos era la necesidad que tenían de disponer de abundante dinero para alcanzar, mediante sobornos, altos cargos de la administración estatal, como la proscriptio civitatum o el cargo de prefecto. No existía peor calamidad para los pobres que el poder político. los cargos públicos desempeñados por un pequeño número de ciudadanos eran la ruina de muchos.
Lo escandaloso e inicuo de ello residía en que los pobres costeaban estos cargos. Alude probablemente Salviano a la compra de los cargos políticos que fue un cáncer del Bajo Imperio y que se extendió al mundo bizantino (Zosim., 28, 4-29, 1) 38 y también a los juegos y otras diversiones que había que dar obligatoriamente con ocasión del desempeño de éstos, cuyo coste queda indicado en los fragmentos citados de Olimpiodoro. El dinero se obtenía de los pobres contribuyentes; la conclusión la deduce el autor: Unicus honor orbis excidium est.
Este cáncer de la compra de los cargos y del gasto, según Salviano, carcomen por igual a Hispania, a la Galia y a África.
De la Península Ibérica, que pertenecía a la prefectura de las Galias, afirma el autor, solum nomen relictum est. Probablemente ello debido no sólo al hecho de la ruina ocasionada por la rapacidad de los ricos, sino por las luchas continuas y feroces ocasionadas por las invasiones y consiguientes pugnas de los pueblos bárbaros que duraron aproximadamente unos setenta años, hasta el definitivo asentamiento en Hispania de los visigodos 39. Son las calamidades descritas telegráficamente por un testigo de excepción que participó en algunos de los hechos que narra el obispo de Aquae Flaviae, Hidacio 40
Sin embargo, la situación de Hispania, aunque mala durante el siglo y, no era totalmente desesperada como lo demostraría la existencia de villas con mosaicos del siglo y avanzado, como las de Estada (Zaragoza), Santisteban del Puerto (Jaén) y la recientemente descubierta de la provincia de Toledo.
De África escribe Salviano quae fuerunt, pero los estudios de C. Courtois 41 han demostrado que la invasión vándala no significó un cambio profundo en la sociedad africana, a pesar de las guerras entre vándalos y romanos que duraron seis años (429-435). De las Galias se indica que fueron devastadas Todo parece deberse, en opinión de Salviano, no tanto a las invasiones bárbaras cuanto a las rapiñas del fisco y de los poderosos, lo cual quizás no sea exacto, por lo menos en el caso de Hispania. Hidacio magnifica e indica las causas de la ruina de la Península Ibérica, los saqueos de los bárbaros, que invadieron en 409, los efectos de la peste, la recaudación criminal de los impuestos y los robos de los soldados 42 en los almacenes de las ciudades; a todo ello seguía el hambre y hasta la antropofagia, atestiguada también por el historiador bizantino Olimpiodoro. Como en los días de, Numancia y Calagurris, se volvió en Hispania a comer carne humana para poder subsistir. A estas calamidades alude también el escritor hispano Isidoro (HW, 295-296).
Hasta este lugar de la obra Salviano compara la conducta de los esclavos, a los que disculpa en sus vicios y crímenes y la de los ricos, a los que condena tajantemente. Ha señalado la rapacidad como vicio de funestas consecuencias en la sociedad y alude en general a los excesivos tributos y a los abusos de los funcionarios, al igual que el historiador Zósimo (IV, 29, 1).
Al fijarse en este punto, el estudiarlo detenidamente, el señalar sus funestas consecuencias indican que Salviano cayó perfectamente en la cuenta de la verdadera causa del hundimiento del estrato inferior de la sociedad romana de su tiempo.
El problema de la recaudación de los tributos, fue con seguridad las más graves y de más desastrosas consecuencias económicas y sociales en el Bajo Imperio 43. Muy acertadamente escribe S. Mazzarino 44: "La crisis del Imperio se expresa no en la falta de oro y plata, sino en la tremenda taxación y en el peso desmedido que aplastaba a los trabajadores".
La gravedad del problema residía en la injusta retribución de los impuestos, que gravaban casi exclusivamente a las clases bajas, esquivando los ricos el pagarlos. En señalar este problema Salviano es tajante y reiterativo, al igual que en indicar sus funestas consecuencias. Este hecho lo califica el autor de robo y de crimen, latrocinium ac scelus, y afirma que el Imperio muere estrangulado por los impuestos, como por las manos de los ladrones, ya que se encuentra un gran número de ricos a los que los pobres pagan los impuestos, lo que acaba por matarles. Las expresiones empleadas por Salviano (De gubern. Dei, IV, VI, 30) son duras y bien significativas. Pocos son los ricos que se libran de este crimen y robo. Cuando hay desgravaciones fiscales en algunas ciudades los ricos se las arreglan para aplicar a ellos estas mercedes, y acumulan los impuestos sobre los miserables. Se conoce una de estas desgravaciones fiscales concedida por el emperador Constantino a la ciudad gala de los eduos, recogida en el panegírico VIII de un discurso en agradecimiento al emperador tenido, a finales de julio del año 311, en Treveris, por un retórico anónimo de Autum (capital de los eduos) que fue a la corte como embajador de su ciudad. Los ricos se las arreglaban para disminuir las tasas, ya de por sí muy bajas, y de aumentar la carga tributaria a los pobres. Solución que el sacerdote marsellés considera injusta para ambos estratos de la sociedad. Las expresiones utilizadas por Salviano son duras, remedium illud allios íniustissime erigeret, alios iniustissime necaret, allis esset sceleratissimum praemium, allis sceleratissimum uenenum. Esta actitud de los ricos la considera Salviano (De gubern. Dei, IV, VI, 3 1-32) un crimen porque ocasionaba la muerte social y económica de los pobres, cuya situación es francamente desastrosa; Salviano repetidas veces emplea la expresión bien significativa de matar a los pobres.
Salviano afirma que un noble perdía su prestigio en la sociedad gala si se convertía a Dios, lo que encuentra confirmación con lo sucedido a las damas de la alta aristocracia romana recordadas por Jerónimo (Ep., XXII, XXVIII, LXVI, LXXVII, CVIII), como Blesilla, Fabiola, Lea, Paulina y el senador Pammaquio, que convirtió su espléndida mansión en casa de los pobres y en Portus Romanus en la desembocadura del Tíber, fundó un hospital de primera categoría.
En párrafos más adelante de su obra, después de este paréntesis, Salviano vuelve al tema de la recogida de los impuestos que arruinaban a los romanos. La gravedad de este hecho residía en que la mayoría veía confiscar sus bienes por hombres que consideraba la recogida de los impuestos como un botín que les pertenecía y que hacían de las deudas fiscales una fuente de ingresos personales. Esto lo hacían no sólo los altos cargos administrativos, sino también el personal subalterno de la administración inferior.
De este modo, en las ciudades, en los municipios y hasta en las aldeas, los curiales eran auténticos tiranos públicos, de cuyo título estaban muy orgullosos, pues todos los ladrones se felicitaban y enorgullecían de parecer más feroces de lo que eran en realidad. En todos los sitios los principales ciudadanos devoraban las entrañas de las viudas, de los huérfanos y hasta de los religiosos, que estaban libres de estas contribuciones y que no se defendían (Cod. Theod., VI, 2, 34). Nadie estaba libre de este robo, salvo los ricos. Sólo los malvados podían librarse de semejante crimen. Casi nadie se oponía a esta situación; nadie socorría a los oprimidos; ni siquiera los mismos sacerdotes; Salviano arremete contra el silencio de estos últimos, reproche que ya había expuesto el sacerdote marsellés en su tratado Ad Ecclesiam, IV, 50. En cambio Cesáreo de Arlés (Serm., 217, 3) excusa el silencio de los clérigos.
Salviano (De gubern. Dei, V, X, 52-53) insistía en párrafos posteriores en que los clérigos han cambiado los vestidos, pero que siguen con los mismos pecados que cuando eran laicos, en lo que coincide con algunas afirmaciones de Jerónimo (Ep., 125, 16) y por lo tanto son tan culpables como el resto de los cristianos de la mala situación presente de la población. La situación moral del clero en Occidente no debía ser muy buena, pues a Ithacio, el gran enemigo del asceta Prisciliano, le pinta Severo con los colores más oscuros (Chron., II, 6). En la primera decretal romana que se conserva, debida al obispo de Roma Siricio (384-399) y dirigida al obispo de Tarragona Himerio (fechada el 10 de febrero del año 385) en respuesta a una carta escrita por este último al papa Dámaso consultándole algunos aspectos de la disciplina eclesiástica, se trata el tema de los monjes y monjas que en los monasterios tenían relaciones sexuales y sacrílegas y tenían familia. Según Siricio esto estaba condenado por las leyes públicas y por el derecho eclesiástico, pero no se sabe cómo un voto de castidad privado podía ser castigado por una ley del Estado. Siricio ordenaba arrojar a tales monjes de las comunidades monásticas y de las reuniones eclesiásticas y encerrarlos en lugares públicos o de la Iglesia donde debían hacer penitencia hasta la muerte. Quizás se aluda en esta prohibición de Siricio a las virgenes subintroductae, tema al que dedicó Crisóstomo dos cartas pastorales poco después de ser consagrado patriarca de Constantinopla en el año 397, donde compara a estas comunidades con lupanares. Esta costumbre debía estar extendida, pues Atanasio habla de ella en una carta a las vírgenes. En la primera mitad del siglo III se le menciona en las cartas, probablemente de origen palestino, que han llegado bajo el nombre de Clemente de Roma. De particular importancia es la carta apócrifa de Tito, discípulo de Paulo, por proceder probablemente de los círculos priscilianistas de Hispania, donde se ataca la vida en común de los ascetas de diferente sexo.
En los cánones del sínodo de Elvira el gran historiador de la Iglesia antigua Harnack 45 veía bien reflejadas las características de la Iglesia hispana de todas las épocas: la mundanidad y el fanatismo.
Los males que denuncia en este párrafo Salviano eran graves y muy extendidos en el Imperio, como lo prueba la legislación imperial recogida por G. Legarrigue 46.
Los que no podían pagar sus tributos sobre las fincas veían sus tierras vendidas por el exactor . El mismo era arrojado de su posesión (Cod. Theod., XI, 1, 35, año 429). Los emperadores legislaron que todos los ciudadanos fueran obligados a las cargas tributarias por igual, legislación que confirma plenamente que el mal denunciado por Salviano estaba muy extendido. También se esforzaron en contener la rapacidad de los oficiales, denunciada igualmente por Salviano en el párrafo anterior (Cod. Theod., IX, 40, 14, año 385; XI, 4, 1, año 372; XI, 7, 20, año 412; XIII, 11, 11, año 406). Temistio (Or. quinquem., 6-7) afirma que los exactores eran tan reprobables como los mismos bárbaros.
Salviano igualmente arremete violentamente contra la rapacidad de los curiales, una de cuyas obligaciones era la recogida de los impuestos y la obligación de pagar el déficit con su propia hacienda, lo que motivaba que no se quisiera ser curial fácilmente.
El Código Teodosiano (XII, 1, 173, año 410) protege a los curiales contra la opresión de los ricos. Estos intentaban por todos los medios refugiarse en el campo y así huían de desempeñar funciones como la percepción de impuestos, que les podía perjudicar gravemente en sus intereses. Una ley de los emperadores Arcadio y Honorio del 15 de diciembre del año 396 (Cod. Theod., XII, 18, 2) obligaba a los curiales a no abandonar la dudad para habitar el campo. Se les confiscarían las fincas que pasarían al fisco. Poca aplicación debió tener esta ley, por lo menos en Hispania, pues las numerosas fincas con excelentes mosaicos del Bajo Imperio demuestran que los ricos preferían habitar en ellas a habitar en la ciudad. En la Península Ibérica, la mitad de los mosaicos conocidos, y son muchos, pertenecen a fincas de esa época.
Una ley de los emperadores Valentiniano y Valente del uno de enero del 370 obligaba a detener a los que para esquivar el desempeño de los cargos en las ciudades, bajo el pretexto de religión, se unían a las comunidades de monjes y a obligarles a desempeñarlos de nuevo. De no hacerlo, serían privados de sus patrimonios, que podían ser reivindicados por quienes pertenecían a la administración estatal.
Hasta ahora Salviano ha afirmado que los impuestos arruinan a los pobres y que los ricos se las arreglan para escabullirse de pagarlo. A continuación sigue el autor profundizando en las consecuencias desastrosas de este mal para los contribuyentes pobres, que eran también las viudas y los huérfanos. Los pobres arruinados, de procedencia libre, se refugiaban en los enemigos de los romanos, ne persecutionis publicae adflictione moriantur, quaerentes scilicet apud barbaros romanam humanitatem, qui apud romanos barbaram inhumanitatem ferre non possunt (De gubern. Dei, V, V, 21-28).
Salviano deja caer que huyen a los bárbaros que huelen mal en sus cuerpos y en sus vestidos, a lo que alude igualmente Sidonio Apollinar (Carm., XII, 7-15) y que son de modo de vida totalmente diferentes al romano. Se refugiaban entre los godos, entre los bagaudas y entre otros bárbaros, malum enim sub specie captivitatis vivere liberi quam sub specie libertatis esse captivi. La huida a los bárbaros ha sido también indicada por Orosio (VII, 41, 7; 32, 13) y ya en el siglo IV el historiador Ammiano Marcelino (XXXI, 6, 6) alude, después de la batalla de Adrianópolis en el año 378, a desertores y a traidores romanos en dificultades económicas o por otras razones, retenidos sólo del miedo de que los bárbaros los crucificasen. Concretamente los metallarii no podían soportar el peso de las contribuciones. Se conocen varios casos de gentes que se exiliaron voluntariamente entre los bárbaros para huir de pagar las contribuciones como el médico Eudoxio (Chron., 452; MGH Auct. Ant., IX, p. 662, a. 133, año 448).
Salviano menciona a este respecto entre los que no se refugiaban entre los bárbaros, pero que eran obligados a ser bárbaros, a gran parte de Hispania, a no pequeña parte de la Galia y a todos los que la injusticia romana inducía a no ser más tiempo romanos. Los mineros de las explotaciones mineras de Tracia se unieron a los bárbaros en el año 378.
En el año 449, participé el sofista Prisco, originario de Panion, en Tracia, en una embajada que salió de Constantinopla a la corte de Atila. Allí encontró a un comerciante de Viminaciun, ciudad de Mesia, en el Danubio, que con el tiempo se casó con una mujer bárbara, y prefería la vida entre los hunos que la suya antes de caer prisionero. Aludió en la conversación a la carga de los impuestos y que las leyes no eran las mismas para todos los romanos. Sólo se aplicaban a los pobres y había que sobornar a los jueces y a los oficiales para ello (Prisc., Hist. frag., 8) 47. Ala mala administración de la justicia alude la comedia de título Querolus (II, II, 16) escrita entre los años 410-425, de autor de origen galo, en tiempos de la revuelta bagáudica de la Armórica, cuando en frase de Zósimo (VI, 5): "Toda la Armórica y las demás regiones de las Galias imitaron a los bretones y se liberaron del mismo modo, despidieron a los funcionarios romanos y organizaron su gobierno en plena libertad", lo que es decir con otras palabras que no querían continuar siendo romanos.
El poeta Rutilio Namaciano, en su obra De reditu, 1, 215-216, escrita en el año 414, originario de Toulouse o Narbona, cuya obra es un testimonio elocuente de patriotismo, afirma de Exuperantio, oriundo de Poitiers y prefecto del pretorio de las Galias en 418, "que restableció las leyes y la libertad, y no permitió que los sirvientes hicieran a sus dueños esclavos". Se trataba, pues, de una revuelta social –que eso fue la revuelta bagáudica– desde finales del siglo III en el sur de la Galia 48, pero no de una revolución en el sentido moderno del término, pues no se intentaba cambiar la estructura de la sociedad sino, como bien indica Rutilio Namaciano, que los esclavos ocuparan el lugar de los amos y éstos el de los esclavos. (YO: si esto ultimo no es una revolución, que venga Dios y lo vea!)
A la humanidad y clemencia de los bárbaros aluden también Paulino de Pella (Eucharist., 285-290; 430-431) y Sidonio Apollinar (Ep., V, 7) cuando se refiere a la injusticia y falta de humanidad de los magistrados romanos. Salviano está en la misma línea que el gran historiador Tácito, que contrapuso las costumbres corrompidas de los romanos a la honestidad de vida de los germanos. Alaba repetidas veces a lo largo de su obra las virtudes de los bárbaros, lo que no le impide detenerse en sus vicios (De gubern. Dei, VII, XV, 64; XX, 85). Al acentuar Salviano la descomposición de la sociedad romana no le quedaba otro remedio que contraponer la virtud de los pueblos invasores. Los bárbaros, en opinión de Salviano, no eran más que los instrumentos del juicio de Dios.
De todo lo anterior deduce Salviano que el nomen cívium romanorum... nec vile tantum sed etiam abominabile paene habetur.
En la Península Ibérica, el ser ciudadano romano no tenía utilidad ninguna, ya que existían tres poderes al mismo tiempo, el bárbaro cada vez más importante; el eclesiástico, que defendía los intereses de los hispanoromanos, y el romano, que continuamente perdía su importancia a favor del segundo 49.
En el análisis de las causas y efectos de la revuelta bagáudica, bien estudiada por A. Barbero, M. Vigil 50, por Thompson 51, por J. J. Sayas 52 y por otros 53 muestra Salviano una gran finura (De gubern. Dei, V, VI, 24-35). Su versión difiere totalmente de la de Orosio (VII, 25, 2), que habla de tumultos perniciosos, de bandas de campesinos, del imperio de éstos y de confuso pelotón. Es la versión de los latifundistas que nunca descubrieron la verdadera raiz de la revuelta, claramente económica y social. En las fuentes antiguas queda bien claro que en la bagauda participaban campesinos arruinados según el panegirista de Maximiano (Paneg. Lat., X, II, 4, 3), Eutropio (IX, 20), Aurelio Víctor y Orosio (VII, 25, 2) y la mayoría de los esclavos de la Galia (Chron. Min., 1., pág. 660). En el año 415 los esclavos de la ciudad de Bazas, situada en el sudoeste de la Galia, se sublevaron contra sus dueños según Paulino de Pella (Euch., 329-336).
Salviano habla de los bagaudas, esclavos y campesinado arruinados, per malos iudices et cruentos spoliati, en lo que coincide con lo que escribe Prisco. Se llamaban rebeldes y perdidos a los que nosotros hemos obligado a ser criminales; es decir, para el autor galo la culpa de la situación la tenían los ricos.
La mayoría de los colonos arruinados no se refugiaba entre los bárbaros para huir de la violencia de la recaudación de las contribuciones, sino que "se entregaban a los poderosos, para recibir de ellos protección y socorro. Se sometían a los ricos sin condición, y de alguna manera pasaban a su derecho, y soberanía".
Salviano describe también la catastrófica situación que ocasiona el patrocinio. El autor admite este género de protección, pero ataca su funcionamiento en la realidad. Protegen a los pobres para expoliarlos; los defienden para hacerlos más infelices, pues los que, al parecer, encuentran protección entregan a sus patronos todos los bienes, con lo que los hijos pierden las herencias. Los ricos, que no apuestan nada, venden a un alto precio su protección, plerique pauperculorum atque miserorum spoliati resculis suis et exterminati agellis suis cum rem amiserint, amissarum tamen rerum tributa patiuntur. Pierden las propiedades, pero continúan pagando. Como según la legislación imperial los colonos en patrocinio quedaban fijados a las explotaciones agrícolas a pesar de ser libres (Cod. Theod., XIII, 10, 3, año 357; XI, 1, 12, año 365; IV, 23, 1, año 400), a la muerte del padre, no recibían los lotes de tierras que les correspondía, pero seguían estando aplastados de impuestos. Contra esta situación calamitosa lucharon los emperadores (Cod. Titead., XI, 24, años 360-415), pero poco o nada alcanzaron. Perdían los miserables al mismo tiempo la propiedad y la condición de hombres libres. (YO: origen del feudalismo?) El otro mal y más grave, más insoportable, gravius et acerbius, estribaba, según Salviano, en que a estas gentes se les recibía como a extranjeros, pero se les trataba como a nativos y a esclavos siendo libres.
El análisis que hace Salviano del funcionamiento del patronato es igualmente fino. Señala bien sus defectos y sus desastrosos resultados, pérdida de libertad y de los bienes.
El texto más importante de todo el Bajo Imperio sobre el patronato es el de Libanio, sobre este tema, escrito entre los años 386 y 392 (sIV), que fue dirigido a Teodosio y que describe magníficamente la situación del campesinado, colonos o propietarios libres de las proximidades de Antioquia que se ponen bajo la protección de un jefe militar 55.
El patronazgo estaba muy extendido, incluso entre la gente rica. Así Sidonio Apollinar, cuenta en su carta 1, 9, 1-6, que cuando fue a Roma en el año 467, llamado por el emperador Anthemio, buscó como patronos a los dos personajes más importantes de la ciudad de nombres Gennadio Avieno y Caecina Basilio, este último concedía más fácilmente su apoyo a los extranjeros, mientras el primero se inclinaba a los familiares.
De la Península Ibérica se conserva un dato interesante sobre el patronato. Dos cartas de Teodorico el Grande, redactadas entre los años 523-525, dirigidas a los gobernadores de Hispania, Ampelio y Livirito (Cass., Variae, V, 35-39), señalan las corruptelas que a comienzos del siglo VI se habían introducido en la Península Ibérica en la recaudación de los tributos. Aluden ambas cartas, a juzgar por ciertas expresiones, a una situación antigua, que debe ser la del siglo V o IV. La primera carta se refiere al aprovisionamiento de Roma, con la producción cerealista hispana, procedente de la recaudación de tributos, de los que se conocen otros testimonios.
Ya de época de Constantino, se conservan dos decretos; uno de fecha 8 de marzo del año 324 (Cod. Theod., XIII, 5, 4); el segundo de los años 333-336 (Cod. Titeod., XIII, 5, 8), que ordenan a los navicularios hispanos, que transportan cargas procedentes del fisco a Roma, que no se les ordene otros cometidos.
En época de Teodorico los cereales se vendían en África, en vez de ir a parar a Roma. En la segunda carta de este rey, se prohíbe que para el impuesto territorial, pagado en productos, los funcionarios estatales utilicen pesos demasiado grandes. Estos tenían que venir de Roma y debían ser los reglamentarios 56.
Se conserva una legislación abundante de los emperadores sobre estas pesas y medidas, cuya finalidad era impedir lo después condenado por Teodorico (Cod. Theod., XII, 6, 19, del año 383; XII, 6, 21, del año 386; XI, 8, 3, de tiempos de Honorio y Teodosio; esta última trata de corregir el mismo abuso que intentó Teodorico). [-177→178-]
En las fincas del patrimonio real los administradores aumentaban a su antojo la contribución que pagaban los colonos y los arruinaban de este modo, pues pagaban más de lo que producían las fincas, idea también expresada por Salviano. El rey ordenó que la renta se ajustase a la producción.
Los recaudadores de los tributos aumentaban a su antojo los impuestos territoriales y robaban al erario. Teodorico legisló también sobre la exacción de impuestos y ordenó que la recaudación se ingresara íntegra en el Estado.
Teodorico suprimió los vílicos, que eran los administrativos de las fincas, tanto privadas como estatales, porque arruinaban a los campesinos con una contribución indebida bajo pretexto de defenderlos. Esta carta es el mejor comentario a las ideas expresadas por Salviano.
Hasta finales del primer milenio pervivió en Galicia el sistema tributario del Bajo Imperio; así lo prueban dos diplomas gallegos del siglo X, que demuestran que se pagaba a los reyes una gabela llamada tributum quadragesimale. El primer documento distingue claramente el tributum de la quadragesima, voz esta última que, según Sánchez Albornoz, puede referirse al tanto por ciento básico del impuesto, mientras que el derivado quadragesimale haría referencia a la época cuaresmal en que se pagaba 57.
Sobre la recaudación de contribuciones ha llegado otro documento importante en las Actas del Concilio II de Zaragoza, celebrado en 592. Señala que debe ser exigido por los obispos y por sus ayudantes y agentes. Recuerda que no se debe pedir más de lo justo, lo que debía ser, pues, un mal crónico.
…/… Otros muchos aspectos importantes de la crisis del Bajo Imperio no fueron tocados por Salviano, como el problema del ejército, de la excesiva burocratización del Imperio, de la despoblación, etc. Habla a cristianos y de aquí que invite en ad Ecclesiam a huir de la avaricia
y a la limosna.
En la Península Ibérica en el siglo V, el cristianismo tenía poca fuerza 62, por lo que difícilmente influyó en la sociedad. El primer intento serio y total de cristianizar a la sociedad hispana en gran escala data del siglo VI, y lo hizo Martín de Braga, con su tratado De correptione rusticorum, que se estableció en Galicia hacia el año 550, fue abad del monasterio de Dumio en 561, y después obispo de Braga. El contenido de este tratado prueba la pervivencia del paganismo en la sociedad a pesar de que en esta región habían extendido mucho el cristianismo los seguidores de Prisciliano 63. La prohibición de frecuentar los templos, dada por el emperador Teodosio el 21 de diciembre del año 381 (Col Theod., XVI, 10, 8) no debió tener aplicación en la práctica. En Salviano no aparece ningún intento ni de convertir a los paganos, ni de apartar de la herejía a los arrianos, a pesar del ejemplo dado por Martín de Tours años antes 64.
mera mitad del siglo V se obligo a bautizarse a los judíos de las Baleares. Había un precedente en el canon 41 del sínodo de Elvira que prohibía a los siervos el culto a los ídolos.
Nunca se cuestionó Salviano la licitud de los tributos y su finalidad; tampoco atacó nunca la riqueza en si sino el mal uso de ella. Asentó el criterio (Ad Eccl., 1, V, 24-26) de que "las riquezas son un presente divino", "de que sólo se disfruta del usufructo de las cosas, que nos han sido dadas. Dios nos ha prestado los bienes de que gozamos y sólo somos poseedores en precario". En la otra vida los ricos serán atormentados, no por otros vicios, sino por el mal uso de la riqueza, porque no comprendieron que ésta se les dio para ejercitar la virtud. Las riquezas no son malas por ellas mismas: el crimen está en el corazón de los que hacen mal uso de ellas. La santidad perfecta consistía, según este autor, en el buen uso de ellas en esta vida. No se condena la riqueza sino el deseo desenfrenado, que impide disfrutar por otros hombres de los bienes dados para bien de todos.
asienta el criterio de que ningún bien puede ser considerado como personal, porque todo es común a todos. Otra idea muy próxima a Salviano es que los ricos son la causa de la desastrosa situación de los pobres.
La homilía 63 de San Juan Crisóstomo condena no las riquezas, sino dejarse dominar por ellas 65. Ni Salviano, ni ningún autor cristiano, intentó [-180.181-] nunca cambiar la estructura de la propiedad, que era, lo único que hubiera cambiado la desastrosa situación de los humiliores.
La renuncia a los bienes era un problema de ética personal o de pequeños grupos.
En otros aspectos de su pensamiento tampoco Salviano expresa ideas nuevas de las de la Patrística, como en el ataque a la avaricia de los ricos. Baste recordar en el Bajo Imperio el sermón De avaritia de San Basilio y el grueso volumen contra la avaricia de Antioco de Ptolemaida (Gen., De vir. ill., 20). La avaricia era considerada un pecado capital. Para Jerónimo, era un género de idolatría, la raíz de todos los males (Ep., 125, 2). Cuanto más se tiene, más se pretende y produce una necesidad insatisfecha (Ep., 100, 15), ideas estas dos últimas igualmente expresadas por Salviano. En la obra del sacerdote marsellés se alude frecuentemente a la limosna con una concepción sobre ella típica de la patrística, tal como aparece en la correspondencia de Atanasio, de Cirilo de Alejandría en el Comentario a San Mateo, y de los Hechos de los Apóstoles, en el discurso De eleemosyna de Juan Crisóstomo, y en el opúsculo alejandrino de mitad del siglo V titulado ad Agathium monachum Peristeia, famosa dama conocida por sus limosnas, etcétera.
Esta situación de la Galia y de Hispania, tan bien descrita por Salviano, se documenta parecida en otras regiones del Imperio; baste recordar Panonia, región trabajada en gran parte por esclavos según el autor, probablemente sirio, de la Expositio totius mundi (LVII), obra escrita hacia el año 359. Sus colonos se encontraban en ella en una tan desastrosa situación económica [-181→182-] que se veían obligados a huir, aunque los emperadores procuraron obligarlos a trabajar la tierra como siervos de gleba (Cod. Iust., XI, 53). En Panonia se borró en gran parte la diferencia entre esclavos y colonos libres, que se refugiaban igualmente en el patrocinio de los domini o entre los bárbaros y que junto con ellos, en el año 406, invadieron Galia (Ieron., Ep., 123, 16). En la Galia la situación económica y social era más desastrosa por la recesión demográfica y porque era la región que tenía los precios más altos de todo el Imperio –como indica la Expositio totius mundi (LVIII)– siendo la producción baja. El nivel de los precios es inversamente proporcional a la productividad de los bienes y al índice demográfico.
Hispania en opinión de Jerónimo era un país pobre (Dial. C. Luciferian., 177, 15).
Se daba en ella la descomposición de las formas clásicas del arte, típica de las regiones periféricas del Imperio, bien patente en los citados mosaicos de Estada y de Santisteban del Puerto.
La representación del dominus Vitalis en el mosaico de Tossa del Mar indica en el vestir una sociedad tradicionalista.