"DE LA PATRAÑA DEL “FEUDALISMO” A LA CERTIDUMBRE DEL CAPITALISMO
LOS APOLOGETAS DE “LA PEPA” EN EVIDENCIA" (escrito de Feliz Rodrigo Mora)
De creer lo que se enseña en los colegios, el “feudalismo” es tan real como el océano Pacífico o el Himalaya, algo que está ahí y punto.
Es un régimen económico-político espantoso, terrible, del que nos libera la Constitución de 1812 y la revolución liberal, llamada por algunos revolución burguesa.
Por tanto, la teoría sobre el “feudalismo”, sea verdadera o falsa, tiene unos efectos prácticos formidables: hacer a “La Pepa” apoyable, positiva, un avance, algo “progresivo”, un gran logro.
Así, los jacobinos más irascibles, los marxistas más rigurosos, el ejército y El Corte Inglés se encuentran al mismo lado de las barricadas, codo con codo.
La raíz de todo está en la teoría del progreso. Ésta tiene dos expresiones fundamentales, progreso por evolución, lento y pausado, y progreso por salto revolucionario, súbito. Ambos enfoques coinciden en
considerar la historia de la humanidad como un inevitable ir a mejor, una idea muy buena para dormir dulcemente por la noche y no hacerse mala sangre por el día.
Pero en la historia realmente acontecida no se observa ese progreso inexorable, teleológico, predeterminado.
La historia es errática y en buena medida impredecible, va y viene, a veces a mejor y otras a peor, las revoluciones liberales por ejemplo.La teoría del progreso no es más que un narcótico espiritual.
Muchísimas personas, sin embargo, creen en ella y se valen de ella para “entender” la historia.
Por eso,
se sostiene que la Constitución de 1812 fue un cambio y un avance, pues si es cambio importante ha de ser, por necesidad, a mejor, progresivo, dado que así lo impone la dichosa teoría del progreso.
La Carta gaditana,
sugieren o incluso dicen sus defensores, nos libera del “feudalismo”, o al menos del muy terrible régimen señorial. Éste los describen como si fuera el escenario de una película de terror:
arbitrariedad y violencia totales, sometimiento completo de los “siervos” al “señor feudal”, derecho de pernada, miseria general, inseguridad jurídica absoluta, toda la tierra en manos de los señores, trabajo “de sol a sol”, látigos y cadenas por todas partes, un clero avasallador encendiendo hogueras purificadoras a diario y así sucesivamente. El “feudalismo” es el infierno de los laicos trasladado a este mundo y por ello mismo tan real como el otro, el infierno de ultratumba.
Puesto que la retórica sobre el “feudalismo” es una religión política, s
us adeptos dividen la historia en dos partes, la infernal, antes de 1812, y la celestial, después de 1812. El Mal, o Satán, y el Bien, o la Divinidad, sempiternamente enfrentados.El punto débil de esa interpretación es que no coincide en apenas nada con lo que sabemos de la sociedad anterior al Gran Año I Emancipador, 1812.
Comenzando por el obrar de los supuestos “señores feudales” en defensa de sus pretendidamente ilimitados e irrestrictos privilegios.
Cuando en 1811 las Cortes de Cádiz promulgan el Decreto de 6-8-1811, de extinción de los señoríos por medio de su incorporación “a la Nación”, esto es, al Estado troncal,
no hay ningún “señor feudal” que se resista o ni siquiera que proteste. Es más, todos lo apoyan con calor. La causa es que lo que perdían era poca cosa y lo que
ganaban muchísimo. Es significativo que bastantes retoños de las casas nobiliarias de más rancio abolengo fueron liberales exaltados en Cádiz, “antifeudales” por tanto. Véase el lío: “feudales” que son “antifeudales”.
El libro “La disolución del régimen señorial en España”, S. de Moxó, que sigue siendo la obra más rigurosa al respecto, deja sin base la teorética perversa y mentirosa sobre el “feudalismo”.
Los señoríos eran más bien cutres en todo, y además conformaban un Estado comparativamente débil, por tanto, renunciar a ellos era lo ideal para quienes deseaban tener más poder y más riqueza en el futuro. Como había una ley unificada aplicada por la Corona,
los vasallos no dejaban de acogotar y poner pleitos a los flamantes “señores feudales”, que a veces incluso ganaban, de manera que la vida de éstos era un continuo sobresalto. Además, los impuestos estrictamente señoriales eran escasos.
Los concejos tenían mucho poder y el señor poco. El comunal hacía autónoma a las gentes de los señoríos, pues en bastante ocasiones podían vivir no sólo de éste sino además en éste, ignorando al señor.la teoría del “feudalismo”.
La cosa no es fácil, porque hay varias decenas de teorías del feudalismo. Unas priman la servidumbre, otras el vasallaje, varias las dos. Unas consideran que se define por la fragmentación y descentralización del Estado (así, el régimen franquista sería “antifeudal” por excelencia), otras se expresan en el ejercicio directo de “la autoridad pública” por los propietarios privados, y así sucesivamente. No menos incomprensible es su origen. Pero este guirigay y estruendo doctrinario no impide que se usen, igual que si se nombraran realidades perfectamente constatables, expresiones como “feudalización”, “modo de producción feudal” e incluso “revolución feudal”, además de “señores feudales”, más común.
Por tanto ¿será mucho pedir que quienes utilizan tales locuciones nos digan a qué se refieren con ellas a partir de un análisis de la experiencia histórica de alguna realidad concreta y no sólo con juegos de palabras, definiciones dogmáticas e ingenio verbal? Sugiero que en vez de gastar tanta pólvora en salvas nos mostraran el “feudalismo” operando en las sociedades peninsulares anteriores a 1812.
Lo que nadie puede poner en duda es que + la teoría del “feudalismo” sirve para magnificar el actual régimen político, al que se otorga una legitimidad de origen, a saber, haber terminado con aquél, creando la sociedad actual con “Estado de derecho”, “libertades”, “soberanía popular” y demás baratijas verbales de gran uso hoy día.
Es, por tanto, un vulgar y malicioso
modo de calumniar al pueblo que resistió la Constitución de 1812 en defensa de sus libertades, prerrogativas y bienes. Los pedantes hipersubvencionados se dividen en esto en dos bandos, uno le acusa de “clerical” y otro le tilda de sostenedor del “feudalismo”. Ninguno de las dos imputaciones es, en lo más medular y sustantivo, verdad. La Constitución gaditana nos hace vivir en el reino de la mentira en todo lo importante y también en el de la mentira sobre nuestra historia.
+ ¿Cómo y por qué llegó a ser tan fundamental la teorética de lo “feudal”? Ya antes de la revolución francesa se usaba episódicamente pero fueron los sectores más violentos y sanguinarios de los implicados en aquélla, con el fin de ocultar sus propios crímenes contra el pueblo tras una pantalla de verborrea culpabilizante, quienes la otorgaron carta de naturaleza.
Eso lo hicieron en particular los jacobinos, para camuflar que eran las clases populares del campo y la ciudad, además de las mujeres, sus víctimas principales, no la aristocracia ni el clero, como en su demagogia exponían.
Luego fue siendo usada más y más. Para ocultar las violaciones en masa que sufrían (y sufren) las mujeres en las fábricas, los patronos y sus agentes intelectuales inventaron lo del derecho de pernada. Con el fin de esconder la arbitrariedad policiaca y militarista del Estado liberal se ideó que “el feudalismo” era un régimen sin legalidad. + Para tapar la muy real miseria del campesinado, expoliado por el Estado de los bienes comunales que poseía bajo “el feudalismo”, se puso a punto la tesis sobre “la servidumbre”, que sólo tenía alguna realidad en ciertos lugares de Francia, Alemania e Inglaterra pero en absoluto en la península Ibérica.
En la dirección de velar la completa falta de derechos políticos, incluso de los formales, que durante el siglo XIX sufrían el 95% de los varones y el 100% de las mujeres, se dio una interpretación mendaz del vocablo “súbditos”, como sinónimo de opresión total, enfrentados al de “ciudadanos”, en tanto que sujetos libres. Es obsceno afirmar esto cuando el derecho de sufragio, por ejemplo, no fue concedido a la totalidad de los varones hasta 1890 y a las féminas hasta 1931. Si el voto, según la retórica parlamentarista, es el fundamento de la soberanía popular, y si el pueblo careció de él durante un siglo bajo el liberalismo, ¿cómo puede presentarse al régimen liberal como expresión realizada de “La Libertad”?